En el terreno de las preparaciones hay trabajos llamativos, pero lo de Matt Spears supera cualquier expectativa. Este creador de contenido yanqui se propuso unir dos mundos que jamás deberían cruzarse: una liviana Honda CRF 450 de motocross y el imponente motor de una superbike como la Suzuki Hayabusa. Sí, en el vídeo que os mostramos en esta ocasión, tienes todo el proyecto desde el principio. Un metraje que, sin duda, no te puedes perder.
Todo comenzó en Hell’s Gate, una escalada natural en Utah que se ha convertido en un reto para motoristas y pilotos de enduro. Spears intentó superarla con una Hayabusa prácticamente de serie, un modelo diseñado para alcanzar más de 300 km/h en carretera, pero nunca para trepar por rocas y terrenos imposibles.
Tras varios intentos y una aparatosa caída, la moto quedó gravemente dañada. Sin embargo, el motor tetracilíndrico en línea de 1.299 cc, corazón de la bestia, salió vivo de aquella prueba. Y, estaba listo para la siguiente locura de este joven creador.
Y, como os estamos contando, en lugar de desecharlo, Spears decidió reciclarlo en un proyecto descabellado: trasplantarlo a una Honda CRF 450, una moto de motocross pensada para la agilidad y el control, no para contener un bloque motor de casi 90 kilos. Como dato, el motor de la Hayabusa pesa casi lo mismo que la CRF entera en vacío.
Integrarlo en un chasis diseñado para un monocilíndrico de apenas 30 kilos obligó a un trabajo quirúrgico. Spears y su equipo modificaron los soportes del chasis, reforzaron zonas clave y rediseñaron la geometría de la moto para que el conjunto no quedara inutilizable.
Así es la CRF Hayabusa de Matt Spears
Sin duda, uno de los grandes retos fue la distribución de masas. Al añadir tanto peso, el centro de gravedad cambió por completo, lo que compromete la maniobrabilidad en saltos y curvas cerradas. Para compensarlo, tuvieron que recolocar elementos como el sistema de admisión y el nuevo depósito de combustible.
Otro capítulo complejo fue la refrigeración. El radiador original de la Hayabusa era demasiado grande e incompatible con la Honda. Se diseñó un sistema más compacto, adaptado con componentes de Suzuki, que mantiene la temperatura bajo control en un uso recreativo, aunque difícilmente soportaría tandas largas o un enduro extremo.
Como os estamos contando, el depósito de combustible también tuvo que ser reconstruido. El original de la Hayabusa estaba inutilizable, y Spears fabricó uno más pequeño con chapa soldada y rescatando la bomba de combustible de la superbike. El problema: la autonomía es muy limitada, porque el motor tetracilíndrico devora gasolina a un ritmo que ninguna CRF podría asumir.
Como todo injerto mecánico, este proyecto no está exento de compromisos. La distancia al suelo se redujo drásticamente, el escape queda demasiado cerca del neumático delantero en compresiones fuertes y la alineación de la cadena todavía plantea dudas que solo se resolverán en pruebas reales.
Aun así, Spears asegura que el objetivo no es construir una moto de competición, sino un juguete extremo, capaz de generar contenido espectacular para sus seguidores y, sobre todo, de darle la satisfacción de haber materializado una idea imposible.
El YouTuber no es ajeno a este tipo de “locuras mecánicas”. Antes, y como ya os contamos en su momento, ya había sorprendido al transformar una Ducati Panigale V4 en una especie de moto de cross improvisada, sustituyendo ruedas y suspensiones para meterla en terreno off-road. Ahora, con esta CRF Hayabusa, sin embargo, da un paso más allá, mezclando la agilidad del motocross con la brutalidad de una superbike.
Obviamente, la Honda CRF 450 con motor de Hayabusa no es un prototipo de fábrica ni un modelo de producción en serie. Es un experimento, un reto técnico y un espectáculo pensado para internet. Su valor no está en la practicidad, sino en la demostración de que, con ingenio y determinación, es posible unir dos mundos que parecían incompatibles.
Matt Spears ha creado una moto única, que no tiene comparación en el mercado ni en los circuitos, pero que cumple su cometido: atraer miradas, generar conversación y, sobre todo, demostrar que la pasión por las dos ruedas no entiende de límites.
